Puede que París no se abra enseguida a un ruso. Nuestras ciudades estandarizadas, desprovistas de verdadera estética, parecen cegarnos. El mero hecho de que en Moscú se destruyan antiguas mansiones e iglesias y se construyan encima «edificios nuevos» habla por sí solo. En París, a menudo parecemos personas que han cerrado los ojos contra la luz brillante y se han puesto al sol, donde se sienten bien y calientes, pero no ven la belleza que les rodea ni sus detalles. Y la cantidad de detalles que se pueden admirar en París no tiene comparación con ninguna ciudad del mundo.
Veintitrés siglos de historia, de los cuales dieciséis siglos – la capital del Estado, jugando el primer o uno de los primeros papeles en la Historia de Europa. Aquí nacieron: los nombres de las calles, la numeración de las casas, el principio urbanístico basado en perspectivas, la arquitectura de San Petersburgo…
En el siglo XVII – la ciudad más grande de Europa (500 millones de habitantes).
En el siglo XVIII – la ciudad que llama la atención por sus olores a menudo repugnantes y por la bazofia que te puedes echar en la cabeza.
En el siglo XIX – una ciudad que renace en un majestuoso conjunto de calles anchas, perspectivas impresionantes, barrios antiguos, catedrales góticas, palacios de los siglos XVI-XIX, exquisitos edificios «otomanos» (Georges Eugène Haussmann), balcones calados, altos tejados con mansardas, filas plantadas y recortadas de árboles, los restaurantes más de moda de Europa, cafés, espectáculos de variedades, modistos ….
Dentro de la misma ciudad, verá diferentes épocas, diferentes principios urbanísticos; descubrirá cómo los barrios de moda se han desplazado de este a oeste durante los últimos tres siglos; sentirá cómo la mano autoritaria de Napoleón I convirtió París en una ciudad refinada y de una belleza sin aliento; cómo Napoleón III desarrolló y «trastornó» París, enfatizando y realzando esta belleza, y cómo la República, en los rostros de sus últimos presidentes de posguerra, continúa la obra de los emperadores ….
Pocas producciones teatrales pueden compararse en poder de impresión y placer con las que ofrece París.












